Don Quijote, Dominique Aubier y Yo. Por Gustavo Lobo Amaya
En mi infancia no fui, como hubiera querido, ser un lector voraz que
leyera los clásicos en latín o griego. No, mi historia es más vulgar: mi
afición por la lectura empezó con las historietas o “paquitos”, ahora
llamados “comics” por la penetración cultural gringa. Empecé a leer
libros cuando tenía diez o tal vez once años y mi primer libro fue
Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino de Julio Verne, aún lo conservo.
Para quienes empezaron a leer más temprano, inclusive temas muy
profundos, soy un retrasado mental y para quienes no leen -un derecho
inalienable- soy una lumbrera. Pues ni lo uno ni lo otro. Soy un lector
desjuiciado que pica aquí y allá y que a través de los años creó sus
propios rituales y sus propias reglas para leer, algunas están
acertadamente condensadas en el libro “Como una novela” de Daniel
Pennac. Tampoco soy un lector omnívoro e insaciable; pues así se definen
algunas abominables criaturas que supuestamente no pueden vivir sin
leer. Odio estos “genios secundarios” (una acertada frase de Narváez en
la picante poesía “Oda a una Ciudad”, dedicada a Ocaña), tan sesudos y
estériles. Solo admiro a los verdaderos genios y resisto únicamente la
erudición de algunos autores como Borges, Cortázar, Carpentier y unos
cuantos más, porque es parte esencial de su obra y de su vida. Además,
no los puedo imaginar de otra forma. La frase de Ambrose Bierce: “La
erudición es el polvo que cae de las estanterías en los cerebros vacíos”
es una gran verdad que se afirmará más cuando el aprendizaje del ser
humano dé un giro sorprendente. Insertar una memoria extra en el cerebro
humano y conectarse a un computador para devorarse la Enciclopedia
Británica será grotesco, pero habrá quien quiera comérsela entera.
Soy, como les advertí un lector común y silvestre. Sin embargo, a los
trece años me enfrenté a una verdadera catástrofe: leer a Don Quijote de
la Mancha. El caballero de la esquelética figura fue junto a Pedro
Páramo, El Túnel, La Araucana y La Ilíada y La Odisea (de un tipo
llamado Homero, pero no Simpson) obras imprescindibles para torturar
niños en el bachillerato. Aunque supongo que algún geniecillo se leyó La
Nausea o El Ulises a los nueve años, quizás en sus idiomas originales.
Dejar los juegos y los amigos en una hermosa tarde de sol grande para
leer esos plomos no era para todos, y yo no era la excepción. En una
época donde no había Internet, ni vendían las obras literarias
“comprimidas”, la solución fue buscar el resumen en la biblioteca de mi
colegio y lo encontré en la enciclopedia Universitas, la Encarta de
papel de nuestra época. Aclaro: una enciclopedia era un prehistórico
mamotreto de libros que tenía la información necesaria para hacer las
tareas.
La escritora Dominique Aubier. 1922-2014. "La Dama de Carboneras". |
Con el resumen en la mano empecé el temible y aburridísimo análisis
literario, el método perfecto para quitarle a uno las ganas de leer, una
macabra disección literaria que no servía para nada, a no ser para
amargarnos la vida (“we don´t need educación, we don´t need mind
control, teachers leave us alone”…). Durante varios días y sus
interminables noches, notarán que exagero un poco, procedí cual juicioso
cirujano a hacer la tediosa operación. Del cadáver del libro brotaban
todas sus tripas: el tema, el nudo, el argumento, las ideas principales,
las ideas secundarias, etc. Concluida la matanza y arrasado el mundo de
Don Quijote entregué el engaño y saqué una nota excelente. Luego
adquirí un odio visceral hacia el caballero, que ya ni triste figura
tenía, y sufrí una curiosa afección: me daban nauseas y me revolcaba tan
solo al oír el nombre de la obra, creo haber sido tratado para este
raro mal. Después de muchos años, quizás más de diez, de terminar la
absurda tortura del bachillerato un amigo me insistió que leyera el
mamotreto: “es realmente hermoso”, aseguraba. Confieso que lo miré con
desconfianza pero leí el libro y quedé atrapado para siempre en el
alucinante mundo de Don Quijote. Sin embargo, creo que es una obra para
ciertas épocas de la vida, no es para gente que necesita el tiempo para
ver televisión o naufragar por internet y quiere leer textos o libros
muy cortos, bastante ligeros, tipo best seller. Mi segundo gran
encuentro con Don Quijote fue cuando conocí a la escritora Dominique Aubier -arrastra un encantador acento francés en todos los idiomas que
habla -. Su verdadero nombre es María Louise Labiste, ella fue
integrante de la resistencia francesa y colaboradora durante muchos años
de la legendaria revista Cahiers du Cinema, todavía ejerce como critica
de cine y escribe sobre el fenómeno poco conocido en Latinoamérica del
cine indio (Bollywood).
Ha escrito más de treinta libros sobre temas muy
variados y es una autoridad en muchas disciplinas. También ha sido
nominada dos veces al premio Nobel de Literatura, un verdadero
desprestigio. Aubier gastó cincuenta años de su vida analizando el Don Quijote de la Mancha para descifrar un código que había estado oculto
dentro del libro durante varios siglos. La autora se valió de sus
profundos conocimientos de hebreo y arameo, aprendió muy bien la Cábala y
las tres armas de la numerología: la gematria, el noktarion y la
temuría. Hoy es una de las máximas autoridades de la cábala y es
respetada por hermeneutas tan serios y reconocidos como Emmanuel
d´Hooghvorst o Ruth Reichelberg. Para estar cerca del idioma y del
mundo de Don Quijote se mudó, porque así se lo indicaron algunos signos,
a la pequeña población española de Carboneras, en Almería. Cuando llego
aún se hablaba allí un español antiguo, rico en arcaísmos. Vivió en un
castillo del siglo XII donde se dieron cita artistas e intelectuales de
varias décadas: Roberto Rosellini, Luis Dominguín, Orson Welles, Peter
O´toole, Omar Shariff, etc. Y también Picasso, su gran amigo, a quien
hizo los grabados de un libro suyo dedicado a las corridas.
Aubier asegura que Cervantes no escribió el libro para ridiculizar (como
se nos enseñó en nuestras remotas épocas de bachillerato) las novelas
de caballería; pues éstas ya habían pasado de moda hacia ¡cien años!
Cervantes ocultó el código secreto en el libro para burlar la
inquisición y lo logró porque este escapó de la hoguera y nunca fue
considerado un libro maldito. En épocas de peligro era muy usual que la
gente se valiera del lenguaje cabalístico para decir mucho en pocas
palabras. Cervantes poseía profundos conocimientos de la hermenéutica,
de la alquimia, de brujería, de la cábala y además estaba familiarizado
con el hebreo, como nosotros lo estamos con el inglés, también era un
gran conocedor del Corán, del Talmud y el Zohar que según parece los
consultó en Toledo (en hebreo significa generaciones) donde también
consultó la Biblia políglota complutense. Ya en la portada del libro
encontramos misteriosas pistas: Don Quijote seria la traducción de un
manuscrito árabe de Cid Hamete Benengali (que significa jefe santo de la
verdad), escrito en árabe o quizá en “otra lengua más antigua”… El
prólogo, comenta Juli Peradejordi, le costó mucho trabajo a Cervantes,
tanto o más que la misma obra, “eso es mucho para un simple prólogo”,
apunta el autor. Cervantes dejó adrede en el prólogo y en todo el libro
varios errores para su posterior desciframiento pero en las siguientes
ediciones fueron corregidos. La primera letra del prologo es D,
(Desocupado lector…), Perajordi se pregunta ¿quien es aquel lector
desocupado? Y la respuesta no puede ser mas sencilla: aquel que no esta
ocupado. Cervantes llama a este lector desocupado “señor de su casa” y
“rey de alcabala, esta ultima palabra nos evoca otra: ¡la cábala! Que
significa “tributo recibido” en árabe y en hebreo “don recibido. La D
corresponde a la cuarta letra del alfabeto hebreo, Daleth, que se acerca
mucho a la palabra delet, puerta, y hace referencia a dal, pobre, quien
va de puerta en puerta buscando el sustento, pero en Don Quijote este
sustento es el conocimiento iniciático. El valor de la letra D en
numerología es cuatro, los cuatro puntos cardinales, las cuatro
estaciones y los cuatro pasos de la salvación de Egipto: “Y los sacaré”,
“y los salvaré”, “y los redimiré”, “y los tomaré”.
El primer capitulo empieza así: En un lugar de la Mancha de cuyo nombre
no quiero acordarme…” Aubier cree que si le quitamos la h a la palabra
mancha quedaría manca: mesianismo. Entonces, comenzaría así: en un lugar
del mesianismo de cuyo nombre no quiero acordarme…Es muy revelador que
el caballero saliera al amanecer (“La del alba seria cuando don Quijote
salió de la venta…) a enfrentar sus locas aventuras pues este es un
momento iniciático. El nombre mismo de don Quijote vendría del arameo
q`shot que significa verdad, o sea que el caballero guarda una verdad
que debe ser descubierta. Rocinante seria también Rotzin que a su vez es
ritzon, voluntad.
Don Quijote, profeta y cabalista, por Dominique Auber |
Don Quijote, nos advierte Aubier, cabalga sobre la
fuerza de su voluntad y no está tan loco como creemos. El nombre Quijote
también significa en hebreo Kaxat (muslo), en un pasaje del Zohar se
encuentra que “los profetas son los muslos del mundo”. Los molinos de
viento según la autora representan a los papas, con sus tiaras, que han
gobernado y que gozan de un gran poder. Don Quijote se atreve a
desafiarlos pero es derribado con suma facilidad, así queda demostrado
el poder infinito de la iglesia. Se nos ha dicho tradicionalmente que
don Quijote representa lo ideal y Sancho Panza lo material. Sin embargo
la autora hace una lectura distinta: don Quijote representa el saber
culto y Pancho Sancho el popular. La periodista Isabel Martínez Pita
dice que “el caballero sabe y el vulgo no”. La dieta de don Quijote es
otra posible prueba de su judeidad: “…duelos y quebrantos los sábados,
lentejas los viernes”, algún palomino de añadidura los domingos
consumían las tres partes de su hacienda”, Aubier asegura que la primera
comida alude a la prohibición de celebrar el Sabath, las lentejas hace
referencia al episodio de la primogenitura de Esaú y Jacob y el palomino
de añadidura del sábado seria el espíritu santo de los católicos. En
los libros de caballería cada héroe va en busca de su dama, así don
Quijote va tras la suya que aún no conoce: su Dulcinea del Toboso.
Aubier decodifica el nombre como dulzor del conocimiento y cree, otros
autores también, que ella encarna la anhelada Sejinah de los judíos. Así
minuciosamente la autora descifra uno a uno los capítulos del libro
-las noches de Camacho, la cueva de Montesino, la Batalla de Biscayen- y
demuestra la profunda relación de el Don Quijote con el Corán y la
Biblia.
Otros autores también se han interesado en el código hebraico de Don
Quijote y en el posible origen judío de Cervantes. Ruth Fine sostiene
que algunos antepasados del escritor tenían profesiones como
recaudadores de impuestos y médicos, profesiones tradicionalmente
destinadas a judíos conversos o cristianos nuevos. Gustavo Perendik
habla en un artículo de la comprobada ascendencia judía de la esposa y
la amante de Cervantes y Leandro Rodríguez vas más allá cuando afirma
que el escritor nació en Sanabria, residencia de muchos judíos. En la
década de los años treinta Américo Castro escribió que Cervantes era un
judío converso victima de la censura de la inquisición española y de la
discriminación social. Isabel Martínez Pita asevera que el nombre de la
Mancha que se puso el hidalgo (hijo de algo) es una referencia oculta a
la condición de manchado de Cervantes, es decir de marrano, el judío que
mantiene su fe intacta pero se hace cristiano para evitar las
autoridades eclesiásticas.
Esta mirada sobre Don Quijote es muy diferente a las tradicionales y no
está aceptada por la rigidez de las academias. Se necesita tener una
mente más abierta para abordar la nueva perspectiva de madame Aubier.
Los argumentos que esgrime la autora son inquietantes y en algunos casos
han logrado que reacios academicistas los tengan en cuenta. Ya el gran
Borges en su revelador libro Otras Inquisiciones intuye algo sobre la
novela y su autor: “Cervantes no podía recurrir a talismanes o a
sortilegios, pero insinuó lo sobrenatural de un modo sutil, y, por ello
mismo, más eficaz". Íntimamente, Cervantes amaba lo sobrenatural”. Oscar
Herradon Ameal sostiene que Don Quijote es una obra que “posee un doble
sentido, una doble lectura, dirigida a públicos muy distintos”.
En
definitiva la obra tiene un sentido exotérico y esotérico y está
destinada a dos tipos diferentes de lector. Seria muy extenso contarles
todas las interpretaciones sobre el código de Don Quijote de la Mancha
pero les recomiendo ver el video “El secreto de Don Quijote” de los
realizadores españoles Alberto Martínez y Raúl Fernández Rincón del año
2005 donde se puede apreciar directamente a la escritora.
No quiero
quitarles el placer de descubrir por ustedes mismos el nuevo mundo de
Don Quijote y la obra de Dominique Aubier. El código hebraico de Don
Quijote de la Mancha no es otro código más como el código Da Vinci de
Daniel Brown, hecho de retazos y mal remendado. Éste es un código
extraído de una verdadera exégesis de la obra a través de cincuenta años
de estudio. Infortunadamente los libros de Dominique Aubier en español
son muy difíciles de conseguir, la mayoría de la información está en
francés. Pero si ella pasó medio siglo de su vida escrudiñando a Don
Quijote nosotros podemos pasarnos otros cincuenta años conociéndola a
ella.
Gustavo Lobo Amaya
Los libros de Dominique Aubier
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